Lo que pasa en Oaxaca se queda en Oaxaca…
Una noche en la capital de Oaxaca, en tiempos de la colonia, un “sereno” –quienes se encargaban de vigilar las calles con faroles en mano– hacía su rondín, cuando se escuchó un grito de dolor que rompió el silencio de la noche. Poco tiempo después, un hombre que llevaba un farol en la mano llegó a tocar las puertas del templo de Santa María del Marquesado y le contó al sacerdote que habían apuñalado a una persona en el callejón que estaba cerca de la iglesia y que necesitaba que lo confesaran. De inmediato se fue a buscar al herido y se tuvo que acercar a la persona para escuchar la confesión, la cual fue muy larga. En cuanto fue absuelto de sus pecados, el hombre exhaló el último suspiro y murió. En ese momento volteó para buscar a quien lo llevó al lugar y sólo encontró la lámpara. La tomó para ver la cara del muerto y descubrió con horror que se trataba de la misma persona que lo fue a buscar a la iglesia. Dicen que sufrió de sordera en el oído que escuchó la confesión.