No hay algo más complejo que los deseos humanos, los ideales o las aspiraciones que hacen a cada persona existir y trabajar por ello. Todas esas razones, muy personales, muy íntimas y muy diferentes entre cada individuo son motivo de lucha en cada vida y por diferentes medios. De ahí, el que sean grandes historias para contar e inspirar a otros.
En este caso nos referimos a una historia que tiene que ver con la identidad de género, con mirarse al espejo y reconocerse, sentirse cómodo con quién ves y con quien sientes que eres, y… si alguna de estas dos cosas no empata o hay alguna mínima cosa que no concuerda, entonces seguro hay algo que cambiar, porque no todos nacieron con el género que les fue asignado. Esto, entre probablemente muchas personas más, era lo que le sucedía a Einar Wegener, pintor danés nacido en 1882, época en la que, si bien el mundo ya estaba bastante avanzado económicamente gracias a la revoluciones industriales, aún no estaba lo suficientemente abierto en el tema de la empatía con el tipo de inquietudes que desarrollaría Einar en su vida adulta, incluso ya estando casado.